El corazón delator.
¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente
nervioso. Pero, ¿por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad
había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y
mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la
tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar
loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta
tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza
por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no
perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho
al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero
no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo
semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada
vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy
gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo
para siempre.
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