Muerte a la pena de muerte
Un juez federal designado por el Presidente Reagan, destacó
recientemente que “en la última década, ha salido a la luz evidencia
substancial para demostrar que personas inocentes son sentenciadas a muerte, e
indudablemente ejecutadas, mucho más a menudo de lo que anteriormente se
pensaba.” En 2001, otro juez federal predijo también que un sistema de justicia
criminal con la pena de muerte ejecutaría inevitablemente a personas inocentes.
Las estadísticas añaden sustento a tales declaraciones. Más de 100
personas condenadas a la pena de muerte han sido exoneradas debido a nueva
evidencia—en algunos casos, mediante pruebas de ADN. Tal vez es por eso que los
jurados han estado recientemente conteniéndose de imponer condenas a muerte. De
los últimos 20 casos capitales a nivel federal, los jurados han invocado la
pena de muerte solamente una vez.
¿Entonces por qué todavía la pena de muerte aparece en los libros
en los Estados Unidos? Los Estados Unidos se están convirtiendo en un paria
internacional debido a que son la última nación industrial de occidente que
continúa con este espantoso espectáculo. El mantenimiento de la pena de muerte
por parte del gobierno—los jurados pueden aplicar la pena de muerte pero las
legislaturas conservan la opción abierta a ellas—parece servir a dos
propósitos: la venganza y la disuasión. Los partidarios de la pena de muerte
frecuentemente formulan la pregunta: “Si usted tuviese un ser querido que fue
víctima de un crimen capital atroz, ¿no desearía que se le diese muerte al
autor?” A esta pregunta, yo respondería: “sí, con toda probabilidad, y
aplicándole previamente alguna tortura al culpable.” Muchos familiares de las
víctimas probablemente convendrían secretamente con mis sentimientos. No tengo
ninguna indulgencia para con la gente viciosa que comete tales crímenes, pero
al oponerme a la pena de muerte, estoy protegiendo los derechos de todos los
estadounidenses—no tan sólo aquellos de los criminales violentos.
Los sentimientos de los allegados de la víctima son comprensibles
pero, en el mejor interés de la sociedad, las cabezas más frescas precisan
prevalecer. La mayoría de los partidarios de la pena de muerte se encuentran
probablemente motivados por la venganza—es decir por el sentimiento de que el
culpable se merece la misma. La parte culpable puede, de hecho, merecer la
última sanción, y la Quinta Enmienda al Bill of Rights de los EE.UU. parece
indicar que las personas pueden ser privadas de su vida mientras sean
procesadas por un gran jurado y les sea concedido el beneficio del debido
proceso. (La disposición del debido proceso, sin embargo, puede ser violada por
la forma en que la pena de muerte ha sido implementada—al acusado no se le
permite presentar nueva evidencia que podría conducir a una revocación de la
sentencia.) ¿Pero es aconsejable ejecutar a los criminales violentos?
La respuesta es un resonante “no” porque los beneficios de la
sociedad son demasiado estrechos y los costos demasiado grandes. Con excepción
de la cruda venganza—la cual puede ser una meta aceptable para las familias de
las víctimas, pero no debería ser un objetivo para el sistema de justicia—la
única meta aceptable para el gobierno es la de disuadir los futuros crímenes
capitales por parte de otros (asumiendo que la sociedad puede estar a resguardo
de futuros crímenes por parte del criminal sentenciado a cadena perpetua sin
libertad condicional). El vasto peso de la evidencia muestra, sin embargo, que
el castigo capital no disuade los crímenes violentos que aún no han sido
cometidos. De hecho, un estudio en un estado encontró que ciertos tipos de
asesinatos se incrementaron tras la reintroducción del castigo capital, quizás
debido a que las ejecuciones estatales minan las normas sociales contra el
matar gente. Por lo tanto, el principal beneficio alegado de la pena de muerte
es en el mejor de los casos inexistente.
Por otra parte, los costos sociales son inaceptables. Los jurados
aplican la pena de muerte injustamente. La implementación de la pena capital
incluye la discriminación en base a la raza, el género, y la clase social. Ese
prejuicio viola la garantía de la Decimocuarta Enmienda de que todas las
personas tendrán una protección igual bajo la ley. También, dado que la vida es
tan apreciada en la sociedad estadounidense, la ejecución de un interno
condenado a muerte está sujeta a años de apelación. Es realmente más costoso
ejecutar a los prisioneros que mantenerlos encerrados por el resto de sus
vidas. Más importante aún, para evitar que el gobierno oprima a los individuos,
nuestro sistema judicial fue diseñado para errar en favor de proteger al
inocente, no para condenar al culpable. La parodia más grande que el sistema
podría imaginarse es la de ejecutar a una persona inocente. No obstante ello,
la multitud de individuos condenados a muerte que han sido exonerados hace
factible que inocentes hayan sido muertos en el pasado y continúen siéndolo en
el futuro, mientras la pena de muerte permanezca en los libros.
Generalizando, para ayudar a preservar las libertades civiles
únicas de los Estados Unidos en un momento en el que las mismas se encuentran
bajo asalto en la estela de los ataques del 11 de septiembre, tendríamos que
preguntarnos si el gobierno debiera estar asesinando personas—
independientemente de si las mismas son o no criminales violentos. Los
asesinatos estatalmente patrocinados aún para los crímenes capitales,
establecen un mal precedente para futuras ejecuciones gubernamentales por
razones menos justificables, especialmente cuando existe poca evidencia para
recomendar la pena capital sobre otras razones de orden público. Cuando
repasamos los antecedentes históricos, se vuelve evidente que la presión del
gobierno ha sido la norma y que los experimentos con la libertad—tales como el
nuestro—han sido raros y frágiles. Es vergonzoso que los Estados Unidos
continúen ostentando una forma de castigo anacrónica, injusta, costosa, y
opresiva que está convirtiendo a “la tierra del libre y el valiente” en un
paria en el mundo civilizado.
Ivan, E. (2012 18-08-2003). Muerte a la pena de muerte. Recuperado el 20 de marzo del 2012, de http://www.elindependent.org/articulos/article.asp?id=1175.